Paranoia
Los cuervos de cabeza inmóviles,
desdoblan al revés sus alas empinadas
y miran con sus ojos afilados al árbol
desnudo.
Y, las pupilas de mi quebranto absurdo aturden,
las liviandades frívolas de los suburbios mezquinos,
parecen una sintonía de cuervos negros alteando
en mis heridas.
Las lágrimas siniestras desyerban, los surcos
oscuros de mis lamentos cuando las veo
salir de mis parparos abiertos como arados
por mi carne.
Me he vuelto un cuervo negro que vuela,
y se lleva mi sonrisa melancólica de oscuridad,
a los almendros, donde vigilan los cuervos
atormentados de lo que miran.
Mis lagrimas parecen hojas secas
que buscan sus alas para marcharse
lejos de la soledad, o marchicharse
Bonanzas nocturnas
La escasa luz se
cuela,
entre las ramas, y
las sombras
tumban sus cuerpos
adoloridos,
por el oscuro
silencio.
Apenas anochece los
bogas del viento,
adormecidos vociferan
las palmas,
y estas riman y
tiemblan la serenidad,
de sus hojas.
Los amos, entre la
bonanza,
duermen los ensueños
resucitados,
entre los pájaros de
la noche
y la liebre gris.
Y, debajo de los
negridos, el lago frio,
vibra sus corrientes,
llenas y redondas,
estremeciendo las
escamas turbias,
de los peces.
Escueta de pronto el
grillo,
su luz destellante y
con su arrullo avisa,
que va pasando los
invisibles
orbes.
Entero los cauchos
gimen,
sus gritos enredados
y se tuercen,
arrimando sus
quejidos soberanos
al cielo.
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